La Contemplación
Para comprender y vivir la vocación contemplativa y evangelizadora de la Comunidad, es necesario comprender y vivir la vocación a la transformación en Cristo.
Sólo un corazón contemplativo puede ser un corazón transformado, y sólo un corazón contemplativo y transformado, puede ser un corazón que evangeliza y proclama, en la fuerza del Espíritu, la buena nueva de Cristo Vivo y Resucitado.
Transformación y evangelización sin contemplación son imposibles. La contemplación es la fuente, el alimento, la garantía de la transformación que evangeliza. « Lo que era desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que contemplamos y palparon nuestras manos, tocante al Verbo de Vida, es lo que anunciamos, a fin de que viváis en comunión con nosotros » (1 Juan 1, 1-4).
Por eso, si eres Siervo de Cristo Vivo, necesitas un corazón contemplativo, un corazón que escuche, un corazón que obedezca, un corazón que sea transformado. Necesitas ser un corazón que ora. Y la oración está ya dentro de ti, porque el Espíritu Santo habita en ti. Descubre su presencia en tu interior. No apagues el Espíritu. No entristezcas el Espíritu. El viene en ayuda de tu debilidad e inspira la oración en ti.
Ante todo y sobre todo, la oración personal. Tú a solas con Jesús, cortando toda otra comunicación y dando generosamente el tiempo para el encuentro a solas con El. Sentarte a los pies de Jesús como María; caminar con Jesús, camino de Emaús, y dejar que El te explique las Escrituras, y quedarte con El, y reconocerle en la Fracción del Pan; dar tiempo para ir tras Jesús, como Juan y Andrés, ver donde vive Jesús, y quedarte con El desde aquel día, y anunciar luego, lleno de gozo, a todo el mundo: «¡hemos encontrado al Mesías, a Aquel de quien hablaron los profetas en los Salmos y en todas las Escrituras!»
Pero además de la oración personal, la oración comunitaria en sus diversas formas. La vocación a la fe y, por tanto, a la oración, es profundamente personal pero es también profundamente comunitaria. El Señor te llama a ti, por tu nombre, a existir y a existir como hijo de Dios, y sólo tú puedes darle esa respuesta, pero te llama en familia, en comunidad de fe. La fe la vivimos personalmente pero en la comunidad, que es la Iglesia.
Y en la oración comunitaria, tiene el primer lugar la oración litúrgica, que culmina con la celebración de la Eucaristía, fuente y cumbre de toda la vida cristiana y a la cual están ordenados todos los demás sacramentos. Imposible ser un Siervo de Cristo Vivo sin la participación asidua en la Santa Eucaristía. De Ella proviene todo el bien espiritual de la Iglesia, y no hay comunidad posible sin su celebración. Luego, la oración de las Horas, con el rezo diario al menos de los laudes por la mañana, o de vísperas al atardecer.
La Comunidad Siervos de Cristo Vivo no puede "permanecer fiel al misterio de su nacimiento" si no permanece fiel -viviendo por la oración su vocación contemplativa- a los sentimientos del Corazón de Cristo en los que tiene su origen, su fuerza y su vida. Solamente puede proclamar el Evangelio "en el Cenáculo y desde el Cenáculo", es decir, en la fuerza del Espíritu, si permanece fiel a su vocación primera, la oración y la contemplación. Sólo un corazón contemplativo y transformado puede ser un corazón evangelizador.